Con la potencia que destila desde el bandoneón, Víctor Lavallén no se detiene. A su labor formadora al frente de la Orquesta Escuela Emilio Balcarce y la actividad desplegada en trío y con la típica a su nombre, le sumó el desafío de confluir con SurdelSur Ensamble para continuar sembrando la memoria vital del tango que le inunda el alma.


Camino a los 90 años y con más de siete décadas de actividad, el autor, arreglador y bandoneonista Víctor Lavallén está embarcado en una nueva aventura estética al sumarse a SurdelSur Ensamble para el proyecto Alquimia, un disco tanguero con cinco piezas donde también participa otro histórico del género como el contrabajista Horacio Cabarcos.

El tercer material del noneto dirigido por el violinista Guillermo Rubino que con el mismo instrumento incluye a Natalia Cabello, Saya Ryan y Manuel Quiroga, además de las violas en manos de Elizabeth Ridolfi, Julio Domínguez y Maite Unzurrunzaga y los cellos ejecutados por Benjamín Báez y Paula Pomeraniec, se construyó a partir de arreglos urdidos entre Rubino y Lavallén, además compañeros en la Orquesta Escuela de Tango Emilio Balcarce que musicalmente dirige el bandoneonista.

“Como nos conocemos de la Balcarce donde Guillermo es el primer violín y también docente, él me tentó a hacer este trabajo y yo inmediatamente me pregunté ¿tocar tango sin piano? Pero la verdad es que el proceso fue interesante y el resultado quedó muy bueno”, confiesa Lavallén en conversación con De Coplas.

Victor Lavallén, Horacio Cabarcos y SurDelSur Ensamble. Fotos: Pablo Zotalis

El violinista y mentor del conjunto que anteriormente registró obras de Guillermo Klein Diego Schissi y Juan Pablo Navarro (en un primer álbum), de Pía Hernández, Julia Sanjurjo y Camila Nebbia (en una segunda placa) y además trabajó sobre composiciones de Chango Spasiuk, Juan Quintero, Noelia Recalde y Matías Arriazu, entre más, fundamenta el nombre de Alquimia dado a este primer paso en torno al tango porque “porque hay una unión y una transformación. Pero no una que borra lo que estaba, sino una que lo prolonga, que lo vuelve otra cosa sin dejar de ser lo que era. Y así, en esta transmutación, es como todo sigue sonando, permaneciendo y ardiendo”.

Sobre ese punto, el bandoneonista especifica la importancia de ese gesto de la agrupación porque, fundamenta, “pareciera que hoy en día todos quieren hacer fusión pero la fusión no sirve y mezclar no corresponde. Uno hace tango o hace jazz o hace folclore y no se puede mezclar, hay que hacer lo que uno siente que es lo de uno”.

Desde la satisfacción por las versiones compartidas de A la sombra del fueye, De norte a sur y Meridional (las tres con su firma) y también de El abrojito (de Luis Bernstein y Jesús Fernández Blanco) y de Milonga triste (de Sebastián Piana y Homero Manzi), el veterano artista destaca que “todo salió perfecto también por contar con gente muy talentosa, que sabe tocar, que integra orquestas prestigiosas y que disfruta de tocar el género popular”.

El músico nacido en Rosario el 18 de diciembre de 1935 considera que sus colegas que integran la Orquesta Estable del Teatro Colón o la Orquesta Sinfónica Nacional “deberían tocar regularmente tango y folclore porque no solamente son músicas del pueblo sino que las subvenciona el pueblo, aunque pareciera que esas grandes formaciones y los mejores escenarios solamente están reservados para escuchar música clásica”.

 

Pibe de tango

Desde aquella ciudad santafesina, a Lavallén primero lo cautivó el universo del jazz y el sonido de la trompeta pero “no tuve tiempo ni recursos para seguir estudiando”, comenta en clave evocativa y, en cambio, se afirmó en la herencia familiar ya que su padre Luis dirigía una típica y su tío Héctor Chera, que tocaba el bandoneón, le enseñó los primeros palotes acerca de la magia que se producía entre la amalgama de fueyes y botones.

“El bandoneón es el alma del tango y yo pienso que un tango no se puede tocar si no hay un bandoneón porque es el color de la ciudad, del arrabal”, sintetizó el instrumentista en el documental Típico Víctor (2015) donde en poco más de media hora Daniel Tonelli y Marcelo Turris proponen un perfil de Lavallén para The Argentine Tango Society, institución sin fines de lucro dedicada a preservar el patrimonio cultural del tango y promover artistas significativos del género en el planeta.

Victor Lavallén, Guillermo Rubino y Horacio Cabarcos en el estudio. Fotos: Pablo Zotalis

Hacia finales de la década del ’40, con aquel primer impulso y siendo un adolescente, Víctor viajó a Buenos Aires y profundizó ese aprendizaje con Eladio Blanco quien integraba las huestes de Juan D’Arienzo y consiguió sumarse a la orquesta Los Serrano que funcionaba en el boliche del centro porteño Picadilly antes de también participar en otro par de formaciones como las encabezadas por dos violinistas: Antonio Arcieri y Lorenzo Barbero.

A partir de 1951 y durante tres años se sumó a la agrupación del bandoneonista Miguel Caló donde incorporó la experiencia de grabar y de salir de gira a Brasil, a la vez que su sonido fue requerido por otros conjuntos liderados por el pianista Miguel Nijensohn, los bandoneonistas Ángel Domínguez y Joaquín Do Reyes o el violinista Enrique Francini.

En ese trajinar llegó a primer bandoneón de la orquesta de Atilio Stampone y del grupo con el que el pianista Juan José Paz secundaba a la cantante Elsa Rivas e integró la formación que acompañaba las voces de Armando Laborde y Alberto Echagüe, toda una preparación para dar el gran salto y, hacia 1958, ser convocado por el ya mítico Osvaldo Pugliese para integrarlo a su legendaria formación y darle un lugar en la cuerda de bandoneones junto a Osvaldo Ruggiero, Julián Plaza, Ismael Spitalnik y Arturo Penón.

Acerca de esa experiencia que se extendería durante una década, Lavallén subraya el valor de una dinámica creativa que el pianista y compositor impulsaba para la típica que funcionaba cooperativamente y comenta: “Como todos los integrantes teníamos que componer y arreglar, tuve que ponerme a estudiar para poder escribir y así  empezaron a salir las cosas que uno tiene adentro”.

Fruto de ese proceso vital y estético con el que hasta llegó a tocar en Japón y en la entonces Unión Soviética, no solamente trasladó el formato cooperativo aprendido del creador de La yumba sino que expandió un legado sonoro en el Sexteto Tango (que se formó con compañeros de la orquesta de Pugliese, entre ellos Julián Plaza devenido pianista, Osvaldo Ruggiero y Emilio Balcarce, que lideró durante 19 años) y también en el septeto Orquesta Color Tango (compartiendo fueyes con Roberto Álvarez e incorporando el teclado de Juan Carlos Zunini para engordar el sonido de las cuerdas que ya no podían contar con la cantidad de intérpretes de los tiempos de auge del género).

A ese imponente recorrido por estudios y escenarios argentinos desde el que se ganó un lugar de reconocimiento y cariño todavía le faltaba un espaldarazo internacional al que arribó como director musical del elenco Forever tango, un espectáculo con músicos, cantores y bailarines que durante 18 años recorrió buena parte de Europa y, sobre todo, Estados Unidos y Canadá.

“Al estar mucho afuera, comprobé que el tango es una música que le llega a todo el mundo así como el blues o el jazz, es una cosa que está muy metida”, asevera con conocimiento de causa, pero enseguida advierte que “lo malo en Argentina es que no hay mucha difusión y entonces hay un montón de jóvenes que tocan muy bien pero no hay casi lugares para trabajar”.

 

Hacer Escuela

A pesar de ese cuadro de situación a nivel nacional, Lavallén encontró otra trinchera donde seguir sosteniendo ese gesto cultural que se crea, se ejecuta, se canta y se baila, primero como miembro y, desde 2012 como responsable musical de la Orquesta Escuela de Tango Emilio Balcarce, iniciativa promovida por el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.

“Hacer estas cosas me dan vida y te dan ganas de seguir». Fotos: Pablo Zotalis

“El trabajo de La Orquesta Balcarce que está celebrando 25 años de actividad es fundamental y todos sus integrantes están en las orquestas de ahora porque tocan fenómeno”, destaca con orgullo no sin antes revelar el consejo fundamental que les lega a discípulos que ya van por la 17° camada formada: “Yo les aconsejo ‘cuando hacen algo, háganlo ustedes’, porque lo que está hecho está bien, ya no se puede superar a Salgán, Pugliese, D’Arienzo, Troilo, Gobbi. Entonces los incentivo a componer, a arreglar pariendo de una forma hecha que les puede gustar mucho pero que con estudio y práctica después sale lo propio”.

Capaz de trazar un paralelismo con su propia vivencia, explica: “Eso mismo pasaba con nosotros también en la época mía. Estábamos con varias orquestas y de esas experiencias uno tomaba lo que más le gustaba y después le iba saliendo lo de uno. Va saliendo lo que uno inventa”.

Desde esa posición, el músico insiste que “hay muchos jóvenes que tocan muy bien y puedan renovar todo lo que ya se ha hecho pero cuentan con espacio para que lo demuestren porque en la radio y la televisión suena cualquier cosa música menos la música nuestra. Todo al revés de lo que sucede en países como Brasil o Estados Unidos donde priorizan la música de ellos”.

Como un modo propio de hacerle frente a esa situación cultural, lleva cerca de dos décadas encabezando proyectos y registrando esas apuestas en discos como Amanecer ciudadano (2007), Buenosaireando (2008), Atemporal y De menor a mayor (ambos lanzados durante 2015) y, hacia 2019 y con el trío que comparte con el piano de Pablo Estigarribia y el contrabajo de Horacio Cabarcos, el álbum Comme il faut.

Para saludar ese imponente trayecto, en noviembre del año pasado la Legislatura porteña lo declaró Personalidad Destacada para la Cultura, pero el reconocimiento no lo aquietó y junto a este cruce con las cuerdas de SurdelSur, ya registró un par de nuevos temas con su típica: el instrumental La belle epoque y el vals Romance de primavera.

“¿Sabés qué pasa? –confiesa con tono cómplice- Me gusta lo que hago y aparte, estoy con gente joven también porque toco con quienes se formaron conmigo en la Balcarce y a los que le pasé la data de lo que hice y de lo que sigo haciendo”.

E inmediatamente y con una sonrisa surcándole el rostro, agrega: “Hacer estas cosas me dan vida y te dan ganas de seguir. Lo que pasa es que a esta edad si no hacés cosas estás listo y por suerte encuentro actividad para hacer”.

 

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