Ramón Navarro, chayita para un soñador
De entre todas las canciones escritas por Ramón Navarro, se puede tomar cualquiera al azar. Y otra y otra más. En todas anda la vida, el agradecimiento a la tierra que lo cobijó en la infancia, los amigos, los amores. Anda también la nostalgia, el trajinar por los senderos, la chaya, la avidez por las sensaciones de todos los días. Retumban en los oídos, quedan dando giros de luz en el aire. Ha partido Ramón Navarro al cielo de los que son irreemplazables y se hace un grito salir, andar, decir, compartir cantando. Abrir su música a todos los límites, perdurar en el enternecido legado de un hombre que regaló ternuras.
«Cuando la chaya del pobre se arome de albahaca / de un tiempo mejor, / ha de nacer en febrero la copla más linda / de un chango cantor»
Cuando arribó a los 80, hace algo más de una década, el rincón riojano de Chuquis le ofrendó un homenaje tan singular como merecido: se dijo que las calles del pueblo pequeño llevarían los nombres de sus canciones. «La copla perdida», «Leopoldo Silencio», «Chayita del vidalero», «Mi pueblo azul» abren paso a la memoria, transitan el recorrido de origen diaguita, se mezclan los silencios de la siesta con los transeúntes curiosos que llegan a caminar los surcos del cantor, del autor que pintó con letras los Patios de la casa vieja, la Vidala del chango.
Navarro fue la voz solista de Los Caudillos, una formación de Ariel Ramírez y Félix Luna y de la Cantata Riojana, escrita por el poeta Héctor David Gatica; integró durante once años Los Cantores de Quilla Huasi -en quechua, cantores de la casa de la luna- una formación tan fundamental a la historia del cancionero argentino como cada una de sus registros, dueños de 38 discos y autores, entre muchas, de la Zamba de las tolderías, La compañera, Pastor de nubes, Del tiempo i’ mamá y Zamba para bailar. A principios de los años 80 armó Arraigo, un grupo en el que estaba su hijo. Allí grabaron letras de poetas, repasaron clásicos y en un único disco homenajearon a Carlos Navarro Nieto, hermano del Ramón, quien había muerto trágicamente cuando la crecida del río arrastró el auto en el que viajaba.
«Desde el vino un grito sube por la tarde / don Rosa Toledo va rumbo a las casas / y su grito verde, trepa los viscales / tiene un quejido de algarrobo y tala»

Ramón Navarro. Fotos: Eduardo Fisicaro
“He llegado a la conclusión que mi vida, a pesar de acontecimientos fulerísimos que he tenido que atravesar y que prefiero no contar, ha sido buena. La balanza da que he sido un tipo feliz”, dejó dicho el hombre nacido en la capital riojana en 1934, pero que transitó su infancia en su Chuquis del encanto, en ese encanto riojano que sabe climas y de milagros, de silencios y de hermandades. Navarro vivía en modo musical y eso le permitió poner acordes a la poesía de Manuel J. Castilla, José Pedroni, Ariel Ferraro y de Ariel Petrocelli, entre muchos otros grandes. Registró 165 obras propias y atravesó con el sonar de su guitarra otras voces. Navarro fue un hombre de bien, un amigo de sus amigos. Era querido, consultado, bondadoso, irrepetible. Atendía los requerimientos con la sabiduría de los grandes, respondía con la simpleza de los que pregonan la palabra exacta.
“Los intérpretes agradecemos por dar con obras de semejante belleza. Ramón Navarro irradiaba nobleza con su modo provinciano que jamás modificó pese a vivir en Buenos Aires. Esa bonhomía, esa manera de otro siglo de cerrar acuerdos de palabra. Estamos quedando desamparados de hacedores fundacionales de nuestra música”, dijo la cantora Chany Suárez, intérprete de letras del riojano.
Desde la biblioteca de Chuquis, espacio transitado por el cantor, lo mencionaron como “un verdadero faro de nuestra cultura popular, un artista comprometido y un sembrador incansable de belleza, identidad y memoria colectiva. Agradecemos por la vida de un hombre que supo honrar con su arte a nuestro pueblo Chuquis, a nuestra Rioja y a nuestra historia. Su legado no se apaga: vive en cada verso, en cada melodía, en cada niño y niña que se acercó alguna vez a su arte como puerta de entrada al amor por lo nuestro”. “Queda para siempre en mi tu música y tu poesía”, escribió al despedirlo Liliana Herrero, quien celebró la música de Navarro en tantos escenarios recorridos.
«Vengo desde Aimogasta / pa’ Las Pirquita’ / Traigo una flor del aire / de la lomita / Pa’ mi tinogasteña, niña churita»
Navarro creía en la memoria. Lo habían premiado en el Fondo Nacional de las Artes y lo habían declarado Ciudadano Ilustre de su provincia. Navarro creía en lo que asomaba. “Por fin y para ir levantando el pañuelito, puedo revelar mi justificada esperanza en cuanto al futuro artístico de nuestro país y en particular al de los riojanos. Conozco mucha gente joven y talentosa, que sumó a su gracia original el valor sustancial del conocimiento teórico, han estudiado y siguen estudiando. Además cada quien lleva su coraje y albedrío intactos. Apostemos a ellos y no sólo a la música. Hay señales claras, hay argumentos. Entonces hay esperanza cierta y no simple optimismo. Saben que deben desarrollar su adentro y en eso están. Estoy segurísimo, ya lo están haciendo”, contó en la película que homenajeó su vida, dirigida por Silvia Majul y Eduardo Fisicaro. Navarro creía en la alegría. «No vayas nunca de sombra / ni de agua triste en la piel / porque negarás tu aroma/ como una flor de papel».
La vida es una rueda. A veces una rueda curiosa, fértil, regada de humanidad. El hombre evoluciona en mil aspectos, en otros no. La esencia no cambia, la riqueza de las músicas, de las danzas, de los ritmos, de las lenguas, nunca mueren. Repasar la obra de Navarro es andar la alegría de las gentes más sencillas, es unirse soñando con cambiar el mundo. Es de nuevo, girar el círculo donde siempre habrá almas. Celebrar la vida de Navarro es desechar los silencios de la muerte, es caminar las callecitas de Chuquis, encontrando en cada nombre una historia de está viva de emociones.