María Teresa Andruetto es una de las escritoras más prolíferas de la escena contemporánea. En esta primera entrega de Tinta adentro, una sección dedicada a los cruces entre la literatura y la música de raíz, charlamos con ella sobre paisajes internos, músicas de infancia y la melodía de las palabras.


 

Me pusieron Teresa

porque era el nombre

de mi abuela y anduve por la vida

con mi nombre de vieja. Es un nombre

de santas y de reinas pero a mí no me gustaban

las santas ni las reinas. Yo quería un nombre

breve, un nombre leve

y no este nombre de cristiana nueva.

 

 

María Teresa Andruetto nació a finales de enero de 1954, el 26, en Arroyo Cabral, Córdoba. Su cuna fue una familia descendiente de piamonteses, creció en Oliva, un pueblito de su provincia. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Córdoba y al finalizar la dictadura de los 70, participó de la fundación del CEDILIJ, un centro especializado en lectura y literatura destinado a niños y jóvenes. Escribió novelas, libros de cuentos, poemarios y obras teatrales para adultos. Muchos de sus libros obtuvieron distinciones internacionales como los White Ravens (Alemania), la Lista de Honor del IBBY, el Banco del Libro (Venezuela). Recibió el Premio Municipal Luis de Tejeda y el Premio Novela 2002 del Fondo Nacional de las Artes. Vive cerca de las sierras chicas, en Cabana, a 40 kilómetros del centro de Córdoba, entre talas, espinillos y algunos algarrobos, con gallinas en el patio, algunas ovejas, algunos caballos. Pasó por uno los 70 años de vida y su primer libro apareció cuando tenía 39. Le gusta vivir donde vive, escribir y escuchar esa musiquita que al atardecer llega desde algún rincón del mundo.

En su recuerdo está la música de su infancia, los sonidos que salían del banjo de su papá, melodías italianas. María Teresa está habitada por las músicas que atraviesan su vida al borde de las sierras. Los pájaros, los ecos. Habla y aparece un sonido que se parece al canto; escribe y se lee en voz alta, entre silencios y pausas.

-¿Cómo es su relación con la música? ¿En qué lugar se juntan la música y la literatura?

-Mi relación con la música tiene varias aristas, una de ellas es que estudié piano durante doce años. Era mala instrumentista y cuando fui mayor de edad, pronto dejé de tocar… La realidad, lo que yo quería era escribir música, componer música, pero bueno era en una academia en el pueblo, no había esa posibilidad y pronto cambié la música por la escritura. O paralelamente se fue armando el deseo de escribir con las palabras. Por otro lado, mi papá tocaba el banjo, lo había traído de Italia. Lo llamaba el mandolín, era un banjo. También había traído una carpeta con partituras hechas por él, escritas por él, escritas con tinta, de canciones populares de la época, algunos coros verdianos, también habaneras, foxtrot, algunos tangos, la música que estaba de moda. Y nos tocaba en la sobremesa del domingo, generalmente sacaba su banjo y tocaba. Hay un poema mío, que habla de eso. Se llama Banjo en la cocina. Y está en mi libro Kodak. -El padre tocaba el banjo en la cocina / de la casa. Es la siesta del domingo / y amenaza tormenta (…los chicos / juegan, la madre levanta los platos / de la mesa). Bajo la parra zumban / las moscas. El padre toca rumbas, (habaneras, canciones italianas. / Alguien sostiene las partituras / da vuelta las páginas / (hasta que salta una cuerda / y la música acaba)-. Mi primer marido, músico, con una muy buena voz, tuvo algunos grupos, tocaban en espacios públicos cuando era joven. También fue importante en mi relación con la música. Y después está lo más interesante de todo: la música del habla. Me interesa mucho en la escritura esa música de las hablas, como suenan esas voces con sus matices, sus diferencias. Cuando escribo siempre leo en voz alta los borradores para ir puliendo musicalmente lo que escribí.

-¿Escucha folklore?

-Sí, escucho mucho folklore. Me gustan ciertas rupturas en el folklore, conozco muchas letras de memoria, conozco bastante sobre la canción folklórica, sobre todo el folklore del noroeste y también el pampeano, la milonga, la milonga pampeana, el tango también mucho. Me gusta mucho el tango, sus intérpretes. Me gusta la tensión entre la tradición y la ruptura.

-En su libro Como si fuesen fábulas, usted recopila relatos que van desde temas históricos a femicidios, lenguas originarias silenciadas, la inteligencia artificial. ¿Cuáles son las temáticas que la convocan a escribir, en estos tiempos tan complejos?

-Pueden ser muchas y muy diversas, pero si yo las uno, si trazo un hilo que las enhebre podría decir que todo lo que está en los bordes, lo que corre el riesgo de ser excluido, lo singular, lo social, la infancia, las mujeres, los pueblos originarios, las lenguas en peligro, todo eso me interesa mucho. Es una infinita curiosidad en mi parte que ancla en ciertas cosas, sobre todo cosas que no se corren del lugar común, que interrogan al lugar común, a lo establecido, a lo repetido sin pensar demasiado.

-Su vida transcurre al borde de las sierras, cerca de la naturaleza. ¿Qué le sucede cuando regresa a su lugar, después de un viaje por trabajo, por ejemplo? ¿Con qué se reencuentra?

-Me reencuentro conmigo, con lo más mío de mí, que es la posibilidad de sentarme a escribir, a leer, a pensar. Me gusta estar en casa, me gusta volver a lo más profundo de mí, que tiene que ver con la escritura, con la lectura, con el pensar, con la vida familiar, con mi compañero. Leo en el camino, pero no escribo fuera de casa.

-¿Qué considera que se puede construir a partir de la escritura?

-Se construyen mundos, mundos imaginarios que muchas veces pueden hacernos ver la realidad más incluso que cuando la vemos así de frente. Pueden hacernos pensar. Pueden hacernos meter en la vida de otro, en el punto de vista de otro. Y cada uno de esos otros, ficcionales, como los otros reales, tiene un modo diferente de observar las cosas, un modo singular de ver.

-¿Cuáles son los libros que marcaron su vida literaria?

-Han sido muchos, muy diversos, según los momentos de la vida. Desde Las aventuras de Tom Sawyer y Corazón, hasta los cuentos de Borges, Onetti o Rulfo. Desde los poetas italianos del siglo XX a poetas argentinos de provincias. Desde la obra de Pavese, desde Sebald o Heinrich Boll, hasta las escritoras del sur norteamericano, como Flannery O Connors y Carson Mc Cullers y otras de otras latitudes como Natalia Ginzburg, Marguerite Duras, Alice Munro o Katherine Mansfield, por nombrar solo algunas

-¿Qué proyectos literarios tiene?

-Este año salió publicada Como si fuesen fábulas, una serie de crónicas radiales, que yo luego he pulido para este libro, sobre cuestiones históricas, femicidios, lenguas originarias silenciadas, comunidad, inteligencia artificial, entre muchas otras. También salió un libro de ensayos, de conferencias acumuladas en los últimos diez años que se llama El arte de Narrar, a través de Fondo de Cultura Económica. Están saliendo cosas, también una edición española de mi libro La Lectura Otra Revolución, por una editorial que se llama Las Afueras, en Barcelona. En agosto se estrena una obra de teatro en el Teatro San Martín

de la Ciudad de Buenos Aires, una obra de teatro basada en un cuento mío que se llama El Vestido, dirigida por Ana Alvarado. Escribo las columnas semanales, desde hace nueve años, en el programa Nada del otro mundo. Y escribiendo algunos cuentos nuevos.

-¿Cómo es su patria literaria? (sus ruidos, sus silencios, sus aromas)

-Es más bien una patria de la memoria. Está muy presente la llanura que no es donde vivo, sino donde crecí, cierta melancolía de los pueblos de provincia, de los pueblos de llanura. Y también lo que me rodea aquí, el silencio serrano, a veces algún sonido de alguna música de algún artista que está practicando cerca de casa que no se bien donde y que llega al atardecer, los pájaros. El silencio mismo, oír la naturaleza. Es un mundo interno sobre todo, esta patria.

-¿Se puede enseñar a leer y escribir literatura?

-Sí, se pueden enseñar a leer, a formar lectores. Lo que hice hace mucho tiempo, personas que ya leen, y van haciendo un camino de construcción lectora. ¿Qué sería eso? Ir eligiendo, comparando unas cosas con otras, dejar caer algunos libros y tomar otros, ciertos autores, ciertas líneas narrativas o poéticas, ciertas zonas. Y eso se aprende, eso se aprende en el sentido de leer mucho e ir armando una biblioteca personal. Escribir es diferente, se puede enseñar a escribir historias o poemas, pero yo no diría escribir literatura, porque la literatura es algo que primero no sabemos si lo que hacemos tiene ese nivel. Se aprende el oficio, la zona de oficio que tiene la escritura. Luego hay otra cosa que es interna, que es como un fuego, una necesidad de decir, un impulso, un deseo, y eso ya es propio de cada quien. Eso lo tienen personas que no tienen mucha formación, y otras que tienen mucha formación no logran conectar con lo internos, que a veces proviene de una herida, de una llaga. El oficio sí se aprende y es importante tener aceitado el oficio, aprender el oficio, para que eso que se tiene para decir, salga con mayor fluidez.

-¿A quién ve cuando se para frente al espejo?

-A una señora de 71 años. Bueno, esa. Sí. A una buena persona.

 

Un minuto de silencio

Hace algunos días, en el discurso inaugural de la XXXIII Feria del Libro Infantil y Juvenil en Argentina, María Teresa Andruetto rindió homenaje a niños palestinos asesinados en Gaza. «Los que compartimos aquí esta noche estamos de una u otra forma relacionados con la infancia y por eso, ante todo, me voy a tomar un minuto de silencio por los 25 mil niños gazatíes muertos bajo las bombas, los misiles, el hambre y la sed. Según Naciones Unidas ya hay más niños asesinados que adultos, y hay miles otros mutilados o con heridas graves; miles están desplazados que caminan por calles en ruinas sobre las que duermen ya sin familiares, y también hay miles de cuerpos de niños bajos los escombros donde no pueden llegar los rescatistas, y estos faltan porque tampoco pueden ingresar a Gaza por el bloqueo».

 

Veladuras

Así fueron durante mucho tiempo los domingos: ella llegaba y hacía dulce de limón cidra o tortillas a las brasas. Mientras, cantaba bagualas, para mi padre cantaba, y él la acompañaba con la caja y era ese el mundo que teníamos. Estaba entre nosotros, como digo, lo estaba en aquel tiempo, y me parece que sigue estando ahora. Yo tenía doce, como dije, doctora, y ella los que tenía, mi madre como diez más que ella, o doce capaz que eran, y mi papá también, como doce, o tal vez un poco más, y así seguimos todos, con ella entre nosotros.

Es la voz de Rosa, la joven que cuenta su historia en el libro Veladuras. Cuenta, pero parece que cantara.

 

El arte de narrar

«Narradores somos todos. En el copioso mundo de los relatos, hay quienes cuentan, quienes escriben y quienes leen o quienes hacen todo eso a la vez. Quienes lo hacen de un modo público, en el ágora o en el aula, y quienes lo hacen solo en la intimidad. Se trata de un acto de magia. Cuando sucede, es consecuencia del esfuerzo para lograr que lo que vemos se vuelva visible para otros. Visible, a veces inquietante, a veces incluso en el límite de lo soportable, porque el relato nos permite recibir hasta lo insoportable», dice María Teresa Andruetto.

 

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