40 años de «De Ushuaia a La Quiaca»: Canciones para la tierra de uno
Hace cuarenta años se editaba una obra cumbre de la música popular argentina y latinoamericana: De Ushuaia a La Quiaca. Por desmesura, búsqueda, diversidad, arrojo y más, aquella edición de cuatro volúmenes firmado por León Gieco y Gustavo Santaolalla, no tiene comparación en el hondo cancionero popular. De Coplas vuelve sobre esa epopeya y sobre aquel trabajo monumental y apunta y apura algunas reflexiones que invitan a seguir pensando la obra y la música argentina.
León Gieco venía de ciertos bajones. Un par de pálidas, individuales y colectivas, habían menguado un poco su espíritu. La dictadura, el éxito abrumador de Solo le pido a Dios, Malvinas. Demasiado. Promediaba la década del ochenta. Y una propuesta casi trunca y una negativa de su discográfica de ese momento –Music Hall– pasó a ser el puntapié de un proyecto enorme. Le sugirieron a Gustavo Santaolalla. Un chasquido y la parcería estuvo hecha. Aquellos dos, en aquel momento y de esa manera, hicieron comunidad. A la distancia puede adivinarse, quizás, que aquel darse a los caminos tenía que ver, también, con alejarse un poco y por un tiempo de la gran ciudad, de Buenos Aires y todo lo que había pasado allí durante el último tiempo. Irse para volver limpio.
Gieco ya había realizado una gira por varios puntos del país durante los primeros años de la década bajo ese mismo título. Y así también es como había pensado en llamar al sucesor de Pensar en nada (1984). De la idea primigenia de grabar un disco de estudio en Buenos Aires, con algunos invitados que se acercaran hasta la capital, a recorrer todo el país para registrar con esos mismos invitados y muchos más pero in situ. En su territorio, en su lugar, en su terruño. Trinchera pura. Daniel García Moreno y un equipo de casi veinte personas fueron los encargados de los registros audiovisuales, las grabaciones, las asistencias y demás. Las fotografías corrieron por cuenta de Alejandra Palacios. Ella no fue la primera en quien se pensó. Se barajaron, antes, los nombres de José Luis Perotta y de Andy Cherniavsky. Alejandra se subió a aquel colectivo como fotógrafa y bajó como compañera y pareja de Gustavo, hasta el día de hoy.
Entonces: un pestaneo, el colectivo echa a andar, toda la música por venir.

De Ushuaia a La Quiaca es una obra que, con el tiempo, terminó contabilizando un trabajo de cuatro volúmenes más un libro de fotos y relatos. El primero se editó en 1985 y los volúmenes II y III entre el filo de ese año y 1986. En efecto, gran parte de las grabaciones del Vol. I corresponden a registros de estudio. El IV, editado varios años después, reunió algunas tomas que habían quedado afuera y también pasajes inéditos. Todo fue mezclado en los estudios Del Cielito y tuvo a Gustavo Gauvry como ingeniero y técnico de grabación.
El disco I encuentra a Gieco, Santaolalla y Aníbal Kerpel. Vale volver, por ejemplo, sobre esas tres primeras canciones que dan comienzo. Esos ojos negros, Don Sixto Palavecinoy Por el camino perdido, todas de Gieco. ¿Cómo pensar y preguntarse por y sobre la tradición en la música vernácula? Bueno, así. Canciones que, para la época, eran el futuro. Sonora, tímbrica y musicalmente eran una novedad total. La electrónica que aparece, las guitarras criollas y los charangos como loopeados, las baterías digitales, los ecos de los bombos. Andá a buscarla al ángulo, folktrónica. «Esos ojos negros que miraban la poca esperanza del país, también se aprovecharon de la fe y la voluntad de vivir/Esos ojos negros que miraban como se ganaba en el mundial, estaban tejiendo en su retina una historia prohibida», canta León.
Los volúmenes restantes sí están dedicados al material grabado durante el viaje. La premisa, muy simple: girar por todo el país, dedicados a los géneros populares argentinos, con músicos y referentes locales en cada una de las paradas y tocando en medio de la geografía de cada lugar. Así, por ejemplo: con Isabel Parra, a la orilla del Río Pipo, en Tierra del Fuego; en Misiones a la vera del Río Miriñay graban junto a Isaco Abitbol y un jovencísimo Antonio Tarragó Ros; en Oncativo, Córdoba, en un club. En uno de los audiovisuales que se conoce se escucha al locutor: «El León Gieco y El Cuarteto Leo juntos. En caso de mal tiempo el espectáculo se realizará en el Club Atlético Flor de Ceibo. Entrada general un austral con cincuenta centavos». Lejos de los brillos y del encandilamiento de los grandes shows, la cosa era así, a escala humana, las tarimas y los escenarios, si es que habían, apenas a ras del suelo. En el monte de Atamisqui, Santiago del Estero junto a Elpidio Herrera; también en la carpa del Circo Teatro Argentino, en Monteros, Tucumán; en la estación de trenes de Curuzú Cuatiá, en la casa de los Carabajal en Santiago, en el Pucará de Tilcara, en el cementerio de Maimará, ambos de Jujuy; a orillas de Beagle, frente a la frontera con Chile, en Tierra del Fuego; en las Ruinas de los Indios Quilmes, en los Valles Calchaquíes de Tucumán; en el campo de la mismísima familia Gieco, en Cañada Rosquín, Santa Fe. Hay más. Por ejemplo, en el anfiteatro de El Cadillal, donde las maestras cantan danzando en círculo al borde del escenario, cada una con sus cajas; Leda Valladares, León y Gustavo en el centro; los mil cuatrocientos alumnos y alumnas y gurises, que habían llegado en quichicientos colectivos, cantando al unísono desde las gradas. Se dijo, hay algunas escenas y registros audiovisuales de la gira. Sólo hay que buscarlos. Muchos de esos registros, con todo el tiempo que pasó encima, son reveladores. Se mantuvieron inéditos durante años. «Se te abrió el camino de la baguala» le dice Leda Valladares a Gustavo en un momento, con los valles de fondo. En esa misma entrevista, León y Gustavo tratan de “usted” a Leda. Vean la reverencia, el respeto, la admiración, el amor que le tienen. Eso sobre todo, el amor por Leda. Eladio Mosquera, con apenas once años, cantando casi a capella -apenas se acompaña percutiendo sobre un ambil- Cachito, campeón de Corrientes, Sixto Palavecino en la peluquería que atendía el mismo, tijeras en mano. A que no recordabas que el trabajo tiene un par de cuartetos. Sí, los que se grabaron junto al Cuarteto Leo. Las grabaciones del Cuchi Leguizamón, por ejemplo, tienen la particularidad de que se hicieron en Olivos. Un par de versiones de Maturana (Leguizamón/Castilla), la bellísima Me voy quedando, dónde sólo están el propio Cuchi, su piano, el respirar íntimo entre ambos.
Sí, de esas cosas también está hecha la música popular argentina. La memoria, el hondo acervo musical de este país. Cómo que no. Que bufen los eunucos.

Hay que citar algunos trabajos y/o nombres que por espíritu, búsquedas e intenciones son similares a este. Alan Lomax hizo lo propio con el folclore norteamericano. Obvio que en la región son dos los que primero asoman. Violeta Parra y su reconocida labor como recopiladora de la música y las formas folclóricas y campesinas de Chile. Y la ya citada Leda Valladares, que hizo lo propio con las bagualas y las tonadas anónimas del noroeste del país y la zona andina.
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Darse, entregarse a los caminos. Perderse en la demora del andar. Ese deseo, esa quimera. Quién pudiera. Quizás, quién sabe, Gieco y Santaolalla le dieron mecha al asunto pensando que era más una corazonada hippie que otra cosa. Lo cierto es que terminaron haciendo y coronando un trabajo sin igual en la música argentina. A ver, por si no queda claro. De Ushuaia a La Quiaca es de una belleza que pasma. Por su arrojo y ambición, por su desmesura, por el peso político de semejante obra, por su espíritu reivindicativo, por la poesía que hay ahí, por toda esa musicalidad, por su ambición federal alejada del porteñocentrismo imperante. Perderse en los bordoneos de las guitarras de los baqueanos, ser diminutos en medio de un risco o a los pies de una quebrada entonando una baguala sin más armas en la mano que una caja, dejar un chata desvencijada cerca de alguna orilla para mandarse río adentro a entonar una cueca, cagarse de calor y también cagarse de frío. Suena a puro romanticismo pero nos debemos a la historia y la historia manda que fue así, en efecto. Qué huevos loco, para hacer este laburo.
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Sin dudas y con firmeza, es un trabajo que opera en varios sentidos posibles. De seguro, uno de ellos es echar luz, hacer justicia con determinados autores y autoras de peso de la música argentina (y regional). Y sobre ello pintar, sugerir un cancionero, un mapa musical posible entre tantos. Una suerte de vademecum musical argentino. A saber, algunas más de las canciones y autores y autoras que se cifran en este trabajo, además de los firmados por Gieco y Santaolalla: Uña Ramos, En la frontera (Isabel Parra), Kilómetro 11 (Cocomarola/Aguer), Chacarera del Violín (Cirpolo/Hermanos Simón), Dimensión de amistad (Sixto y Rubén Palavecino), Amigos tengo por cientos y Los pueblos americanos (Violeta Parra), Zamba de los yuyos (Hermanos Ábalos), Baguala para mi muerte (Gerónima Sequeida) entre otras, entre muchas otras.
Merece un párrafo aparte el nombre de Leda Valladares. Esa es otra de las líneas que dibuja y traza De Ushuaia a La Quiaca: la importancia de ella. Porque son muchas las canciones que aquí se versionan, se tocan, se cantan, se graban que pertenecen a trabajos recopilatorios hechos por Leda. Vidalas, carnavalitos, populares andinos, yaravíes, tonadas, bagualas, cantos con caja. Leda se descubre como lo que siempre fue: un vergel. Obviamente, sobre ello se destacan las versiones interpretadas a través del canto colectivo en el Anfiteatro de El Cadillal, en Tucumán y la Baguala centrífuga (cuatro bagualas tritónicas entonadas simultáneamente).
Este texto es, entonces, también, para mí. Un recordatorio, un aviso, un chistido y date vuelta: “loco, no nos olvidemos de toda esta música. Mirá que hay gente que dejó jirones de su vida por esto”.
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“Eso íbamos a buscar nosotros: los manantiales de la música”. El que dice es Gustavo Santaolalla, en un especial a propósito del disco para Canal Encuentro, de hace varios años.
Entonces: los manantiales de la música de este país. Las canciones de esta extensa patria. A sus honores y su salú, Maestro León, Maestro Gustavo.
A ustedes, que fueron comarca en esta comarca.